“Ya no sé hasta cuándo esto va a durar...Las personas que conozco están desesperadas. A veces pienso que vamos a perder el juicio todos con esta COVID-19. Estoy ansiosa porque todo termine”: una santiaguera con esperanza.
El virus invisible, la historia que parece nunca acabar, el temor silencioso, la pandemia que arrastra todo, expone sin duda alguna la conciencia y sanidad física y mental de quienes habitamos en este planeta.
Quizás es más sencillo escribir, pensar o decir frases de aliento, que materializarlas en la práctica, en la cotidianidad del aislamiento, o el distanciamiento en nuestra cultura genuina de los afectos y la calidez, más aún en el Oriente. Sin embargo, esta es una enfermedad con la cual los seres humanos y las vacunas tendremos que convivir por mucho tiempo.
Sin fecha de restricción o cambio en las circunstancias, quizás lo que nos reste es afrontarlas con lo mejor de nosotros, y sobre todo: por nuestro bienestar. La Resiliencia casi siempre es interpretada en el manejo diario del lenguaje, como la capacidad para recuperarse ante situaciones extremas, complejas, difíciles.
Pero el término también implica la preservación de la salud individual para prevenir situaciones de riesgo que estén en nuestro control.
Con un promedio nacional entre los 8 000 y 9 000 contagios diarios, media de 50 a 90 fallecimientos; con datos para Santiago de Cuba desde los 400 a los 600 pacientes reportados sistemáticamente, y el lamento de defunciones, de qué protección y rebase de la situación estamos exigiendo en estas circunstancias.
La vida debe continuar, y para esto la Nación hace esfuerzos mancomunados y extraordinarios con los percances que todos conocemos, pero para seguir adelante, la resiliencia en cada uno de nosotros será determinante. La irresponsabilidad, el descuido, la negligencia con los más vulnerables o no, el apostar la existencia, no son caminos para exigir un mejor mañana.
Escrito por Milagros Alonso Pérez/Foto: Internet
