Cuba sigue siendo una obra de amor joven

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Cuando abril vuelve con su carga de emociones, convidándonos a celebrar el paso de los nuevos y reflexionar sobre su huella, sobre todo en los tiempos tan difíciles que corren, otra vez se instaura la polémica.

A quienes los ven desandar nuestras calles, muchas veces ruidosos y desenfadados, y se alarman ante las historias de los hijos, nietos, vecinos, que han partido a buscar su futuro en otros lares, pudiera parecerles que el empuje de los noveles, esos que históricamente han estado a la vanguardia de la Revolución cubana, ya no existe.

Pero los que convivimos entre ellos, y sabemos a diario de las dudas y ardores, los empeños y esperanzas de muchos, puedo asegurarles que la Cuba, asediada y retadora del presente, sigue siendo un empeño de amor empujado por manos jóvenes.

Lo digo en nombre de los miles que abnegada y anónimamente desde el día a día transpiran sueños y luchan por realizarlos; se empinan y consagran con la fuerza de sus años ante las durezas cotidianas, en defensa del mañana mejor que merecemos.

Hablo del pionero, que se aferra al estudio cada día desde su aula, y no renuncia a las emociones para toda la vida de participar en el matutino, asistir a una acampada, descubrir la magia del primer paseo entre amigos.

Afirmo en nombre del estudiante universitario que entre apagones y caminatas se impone, autogestiona conocimientos y disfruta transmitiéndolos a los alumnos de las secundarias básicas en las que hoy faltan profesores, con espíritu similar al de aquellos que se fueron a las montañas a alfabetizar o de los que con infinita paciencia explican una y otra vez a la abuela o el vecino reticente cómo aprovechar mejor las ventajas del Transfermóvil para hacer más expedita la bancarización.

Me anima el ejemplo de quienes se forman como profesionales de las Ciencias Médicas y con altruismo igual al que asumieron las pesquisas, los centros de aislamiento y la atención a vulnerables en los días de Covid-19, hoy se han puesto en la avanzada para apoyar programas decisivos afectados como el Materno infantil o la atención a los pacientes oncológicos; el de la joven investigadora que deja el alma en el laboratorio en pos del resultado de ciencia necesario.

Lo digo porque conozco, por ejemplo, a Leonardo, un ingeniero de 30 años especializado en el mantenimiento a centrales eléctricas, cuyos días tienen la extensión de la innovación y la entrega desde las calderas de ‘Renté’. Allí, junto a otros tan imberbes como él, planta cara con ingenio y conocimientos a la obsolescencia tecnológica, e intenta derrotar cada avería en el menor tiempo posible, convencido de que mantener una termoeléctrica con mucho dinero y todos los recursos es muy fácil, lo honorable, es hacerlo en nuestras condiciones.

Hablo por Loidel, el gastronómico del Jardín de las Enramadas, incansable en la búsqueda de alternativas que mantengan la vitalidad del servicio; por Yailén, la periodista pendiente de pulsar los colores de cada jornada informativa de la manera más oportuna y eficaz, aunque falten condiciones materiales; por Juan, el director de teatro, tan laborioso y prometedor como apegado a su Santiago y al anhelo de revolucionar la escena santiaguera.

Me anima Isabelita, la emprendedora sensible, que no descuida el apoyo social a los más necesitados; el joven campesino que derrocha sudores para asegurar las producciones que permitan bajar los precios; el ganadero que asume como responsabilidad propia que no falte la leche de los niños de su municipio; el médico que dobla turnos para asegurar servicios; el instructor de arte que se va a los parajes más intrincados con la única recompensa de iluminar almas.

Hablo por los muchos que conozco y por los tantos que no, pero que están ahí; los que solo han conocido la cara más despiadada del bloqueo, pero que siguen aquí, empujando desde cada pedacito, con los bríos de sus años, la Cuba mejor que nos debemos.

Pueden ser o no conscientes, pero en sus gestos reviven la sonrisa de Vilma, el rigor y ternura de Frank; el sentido de justicia de Fidel, la generosidad y el desprendimiento de los que fueron al Moncada, la entrega de tantos, noveles como ellos, que conquistaron la libertad.

En su andar, va el empeño de un tiempo tan angosto y retador, como hermoso, y la certeza de una obra que continúa teniendo el rostro y el corazón joven.

Fuente: Periódico Sierra Maestra

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